Conocí a Manuel Solà Morales el verano del 1976 con motivo de un |
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Curso que impartió en la ETSA de A Coruña.
Allí conocí a la persona y tomé contacto con el intelectual del que solo tenía referencias, pues aunque éramos de la promoción del mismo año, yo había estudiado en Madrid. Desde el inicio me impresionó su penetrante inteligencia y su facilidad para razonar de forma sensible. Después, en casi 40 años, nos hemos visto varias veces en cursos, jurados, tribunales, viajes etc. Pocas, pienso hoy con consternación. Siempre con su afabilidad hacía grato el trato y se deseaba con interés conocer su opinión.
Recuerdo que el curso que impartió en A Coruña era sobre la construcción del territorio rural. Su mirada atenta al conocimiento del territorio y de la ciudad estaba, como correspondía a la época, impregnada del pensamiento estructuralista.
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Recuerdo sus explicaciones sobre la sistematización de los procesos de construcción del territorio en los que las tramas analíticas racionales siempre daban cabida para la aportación personal, permitiendo introducir lo subjetivo, dándole un carácter genérico. Lo hacía huyendo de todo dogmatismo y de toda retórica.
Con su aguda inteligencia y su mirada perspicaz fue levantando acta de los cambios de la ciudad actual y de la postmodernidad, denunciando los lugares comunes y la superficialidad de muchos planteamientos.
Desde aquella época en que le conocí, donde ya había producido o estaba haciendo trabajos técnicos tan importantes como los realizados sobre las formas del crecimiento urbano y los dibujos de las comarcas catalanas, no ha parado de desarrollar temas de interés, desplegando una gran actividad intelectual.
Partiendo de una concepción estructural de la
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forma, había evolucionado hacia una concepción más perceptiva, enriqueciéndola con todos los factores que configuran el espacio existencial, que se configuraba como soporte del proyecto que busca la síntesis de esa cualidad vivencial de ciertos lugares. Su construcción teórica estaba íntimamente ligada a su actitud proyectual y a su docencia, existiendo una total coherencia entre ellas. Todo su esfuerzo de búsqueda y creación estaba volcado hacia la ciudad, como él mismo había manifestado varias veces; era, además, su gran afición.
Es en la actitud de acercamiento a ella, en su mirada, donde desplegaba una aguda sensibilidad y un inconformismo sereno y medido, que lo hacía tan próximo a una visión viva de la ciudad. Su pérdida deja un vacío difícil de cubrir y su recuerdo será siempre un estímulo. / A Coruña |
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